La chimenea estaba apagada, hacía frío y las sombras de la noche caían sobre las últimas horas de la tarde cuando entró en casa.
Se sentía helado como un témpano de hielo,
así que se puso su elegante gabán negro, su suave bufanda de cachemir, y su
ridículo pero simpático sombrero de Rey de la Magia. Perfectamente ataviado empezó
a prepararlo todo; tenía bombones, caramelos, pastelitos y chocolatinas de
todos los sabores.
Al poco rato, oyó como aporreaban la
puerta y al abrir se encontró con una marabunta de críos que vociferaban:
¡Truco o trato! ¡Truco o trato! ¡Truco o trato!
Saludó a sus pequeños súbditos con una
sonrisa perfectamente encajada y con una teatral reverencia les ofreció cuanto había preparado.
Todos marcharon felizmente satisfechos y
se volvió a quedar solo. Entonces abrió una botella de brandy y sirviéndose una
copa, se acomodó en su butaca regocijándose del momento. Se consideraba un
sibarita sin remedio,… le encantaban los placeres de la vida. Aparte de eso,
era un muerto como otro cualquiera, que agradecía enormemente volver un ratito
cada año en esa noche mágica.
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