El
colibrí volaba libre
y
precioso entre las flores
orgulloso
de su tierra.
Ante
él despertaba un mundo de luz,
de
luz diáfana y nueva
toda
pendiente de estrenar.
Pero
entonces…
divisó
grandes alas blancas
en
el azul horizonte de su mar.
Sus
ojos limpios creyeron ver
aves
magnánimas e imponentes.
Su
espíritu libre y alegre
bailó
gozoso y voló a su encuentro.
Oh!
Colibrí tan bello y precioso!
No
te alejes de tus flores
ni
te enredes en la espuma,
son
los feroces tiburones!
Aplastarán
tu nido
y
se comerán a tus hijos;
cercenarán
tu carne
y
se adornarán con tus plumas…
Pero
su grácil inocencia
no
entendió de mi aviso
y
la luz nativa de sus ojos
perdió
el brillo bajo la espada.
Tiburón
que ruges furioso…
el
colibrí te ofreció sus flores
la
armonía de su vuelo
y la luz de sus colores;
y
tu ambición le entregó
cucarachas,
piojos y ratas,
peste…,
esclavitud… tiranía…
y
la desolación
de la muerte.