Un día lo perdió todo.
Ya no recuerda cuándo, ni cómo, ni por qué. Solo sabe que ya no tiene nada.
Cada atardecer espera que sea el último y así poder obviar los recuerdos; pero esta tarde, ha encontrado su silla.
Todavía conserva el barniz que protege sus maderas y el terciopelo grana de su mullido asiento.
Todavía recuerda como a diario se sentaba a esperarla vislumbrando el atardecer desde su ventana, alborozado y dichoso.
Azrael Adhara
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